El nudo en la garganta no es casualidad.
Es una historia no contada.
No es solo ansiedad.
No es solo nervios.
Ese nudo en la garganta que aparece justo cuando vas a hablar…
no viene de la nada.
Es un síntoma.
Un aviso.
Una carga que tu cuerpo aún no ha soltado.
Yo también me lo tragué todo durante años.
Opiniones, ideas, emociones…
todo lo que dolía, todo lo que temía que no encajara,
lo guardaba para mí.
Callaba para no incomodar.
Callaba para que me quisieran.
Callaba para no equivocarme.
Y en ese silencio, se fue acumulando tensión.
Hasta que llegó un momento en el que ya no podía hablar sin temblar.
Literalmente.
El cuerpo me cerraba la voz.
Como si dijera: “mejor no lo digas”.
Ese es el verdadero origen del miedo escénico.
No es solo el miedo a hablar en público.
Es el miedo a ser visto.
A no controlar lo que va a pasar después de que abras la boca.
A mostrarte más allá del personaje que has construido.
Por eso a veces no puedes hablar…
aunque lo tengas todo preparado.
Por eso te bloqueas…
aunque sepas lo que vas a decir.
Por eso tiembla la voz…
aunque te digas que todo está bajo control.
El cuerpo no se cree lo que tú razonas.
Se cree lo que has vivido.
Y si en algún momento aprendiste que hablar te traía peligro, juicio o rechazo…
tu cuerpo hará todo lo posible para que no lo vuelvas a hacer.
Eso no se entrena con técnica.
No se resuelve respirando más hondo.
Se sana bajando a ese lugar donde empezó el miedo.
Y dándole otro significado.
Porque ese nudo no está ahí para fastidiarte.
Está ahí porque algo dentro de ti aún no ha sido escuchado.
Ni por otros… ni por ti.
Y no, no es un problema de voz.
Es una historia que se quedó atrapada.
Y que solo pide salir, pero de una forma diferente:
con cuidado, con sostén… con verdad.
Yo no enseño a hablar.
Acompaño a liberar.
Porque cuando quitas el miedo de en medio,
la voz llega sola.
Y ese nudo… desaparece.
No porque lo ignores.